Fotografía del autor |
Hace unos días fui a una de esas tiendas de segunda mano con
la pretensión de vender un cochecito de bebé. El capazo superpuesto en la
sillita y el maxicosis colgado de un brazo haciendo todo tipo de malabarismos
por la calle. Estaba allí relativamente temprano y no había mucha gente por
delante de mí aunque tuve que esperar lo mío. De llegar quince minutos después,
tendría que haber formado cola en la calle como ahora hacía un grupo de
personas. Éstas, con sus pequeños paquetes, y yo, ahí plantado con aquel
armatoste esperando ganar un pastón esperando ganar un pastón, porque el burro
grande ande o no ande.
Las caras eran circunstantes. En muchos se veía que estaban allí para desprenderse de objetos inútiles a los que no daban uso. En otros en cambio, se notaba pretendían sacar unas cuantas monedas para subsistir unos cuantos días más. Había a mi lado un señor que intentaba guardar la compostura. Vestía un traje pasado de moda, con unas gafas de pasta, antiguas, que seguramente necesitasen ser graduadas, con mostacho y un pelo lavado sin champú, de rostro tristón. En un rato le llamaron al móvil varias veces los que se notaban ser acreedores por la conversación que mantenía con ellos. Les daba largas e intentaba cortar inmediatamente.
Cuando me tocó el turno, el dependiente levantó la vista mirando el cochecito y pidiéndome un momento de espera, se introdujo en un cuarto para hablar con alguien que seguramente se tratase de un supervisor suyo. Al regresar le dije que quería vender el cochecito y éste me respondió: "Te voy a ser sincero... Este tipo de artículos no los van buscando aquí. Te recomiendo que lo anuncies en internet o en algún periódico de segunda mano. En cualquiera de los casos... ¿por cuánto dinero lo quieres vender?" Tuve una pequeña esperanza y dije el precio que había pensado en un principio, porque para regatear siempre hay tiempo. "A esa cantidad no podemos llegar -dijo- ni de lejos. Y no te voy a decir lo que te podría ofrecer ya que no te quiero ofender. Sí, te voy a recomendar los periódicos de segunda mano que..."
Las caras eran circunstantes. En muchos se veía que estaban allí para desprenderse de objetos inútiles a los que no daban uso. En otros en cambio, se notaba pretendían sacar unas cuantas monedas para subsistir unos cuantos días más. Había a mi lado un señor que intentaba guardar la compostura. Vestía un traje pasado de moda, con unas gafas de pasta, antiguas, que seguramente necesitasen ser graduadas, con mostacho y un pelo lavado sin champú, de rostro tristón. En un rato le llamaron al móvil varias veces los que se notaban ser acreedores por la conversación que mantenía con ellos. Les daba largas e intentaba cortar inmediatamente.
Cuando me tocó el turno, el dependiente levantó la vista mirando el cochecito y pidiéndome un momento de espera, se introdujo en un cuarto para hablar con alguien que seguramente se tratase de un supervisor suyo. Al regresar le dije que quería vender el cochecito y éste me respondió: "Te voy a ser sincero... Este tipo de artículos no los van buscando aquí. Te recomiendo que lo anuncies en internet o en algún periódico de segunda mano. En cualquiera de los casos... ¿por cuánto dinero lo quieres vender?" Tuve una pequeña esperanza y dije el precio que había pensado en un principio, porque para regatear siempre hay tiempo. "A esa cantidad no podemos llegar -dijo- ni de lejos. Y no te voy a decir lo que te podría ofrecer ya que no te quiero ofender. Sí, te voy a recomendar los periódicos de segunda mano que..."
Hace
unos años en esta tienda veía tales artículos. ¿Tal vez la crisis haya
llegado también a tales negocios que en los últimos tiempos han
proliferado mientras otro tipo de tiendas están cerrando? ¿O tal vez
ahora son más selectivos? Esto último es lo que realmente pienso.
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