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(...) En el libro se trata algo que siempre he creído: aún con unos diputados que representan al pueblo, no es realmente el pueblo el que se representa a sí mismo. Hasta cierto punto esto no me parecería mal si dichos diputados luchasen por los intereses del pueblo.
Pienso que antes el que se hacía político era por necesidad, mientras que ahora el que se hace es por vocación. Antes el político autoritario quería llegar al poder por la necesidad tal vez, de dicho poder. ¿Riqueza? ¿Gloria? ¿Gloria póstuma? ¿Una creencia patriótica? El caso es que para conseguir sus pretensiones no se andaba con miramientos a la hora de arrasar un pueblo entero. Luego estaba el caso de los políticos contrarios a él que nacían por la necesidad de combatir una injusticia.
Hoy en día tengo la impresión que no existe una verdadera motivación (al menos en aquellos países donde se respira una cierta tranquilidad), tal vez únicamente en el caso de los que quieren llegar al poder, aunque no lleguen a arrasar un pueblo. Todos quieren gobernar y cuando uno lo consigue, el otro que lo combate arrebatándole el trono termina haciendo lo mismo. Es sólo eso, una lucha encarnizada por el poder.
Aunque esta falta de motivación puede ser una buena señal que signifique que vivamos un momento dulce a comparación de tiempos pasados. Pero no nos relajemos porque esto mismo puede conllevar una vuelta atrás, un retroceso al oscurantismo que tanto tememos.
Aranguren habla de acortar la distancia económica entre las clases, aunque no tanto por razones éticas como económicas. Pero ¿por qué no más por razones éticas? No creo que se tenga que tratar de crear más clientes del consumismo. ¿Para qué seguir engordando al capitalismo?
Han de primar las razones éticas: todos, si no iguales, parecidos. Porque todos tenemos o deberíamos tener derecho a una vida ideal. Intentemos (ya que no lo intentan otros) que se consiga una vida idealizada para cada uno de nosotros. Si no queda más remedio que esto lo consigamos por razones económicas y no éticas, que así sea (que le vamos a hacer), pero intentemos destruir el clasismo, si no económico, moral, para que todos seamos (pese a la no posible total realización) libres.
Voy a decir una barbaridad: La injusticia, el totalitarismo y demás aberraciones, le vienen muy bien a la sociedad para que ésta se haga más solidaria. Esto, aparte de otras cuestiones como la creación artística, mucho más boyante en épocas oscuras. Tengo cierta envidia (sin duda producida por el desconocimiento) de la vida que le tocó vivir a mis abuelos aquí en Madrid, una vida feliz pese a todo. Empiezo a sospechar que la democracia es una trampa...
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