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Ya está aquí la primavera. Es una estación ideal para todos aquellos que no tienen alergia al polen y a las gramíneas; es una avanzadilla del verano y no tienes que soportar las temperaturas extremas de éste. Creo que soy alérgico desde los catorce años cuando empecé con los estornudos, el lagrimeo y los picores constantes. Según pasaron los años fueron apareciendo nuevos síntomas: fuertes dolores de cabeza (tensionales o provocados por una sinusitis muy molesta), decaimiento del ánimo, dolores en las articulaciones acompañados de estados febriles como si tuviera la gripe, diarrea, sequedad y erupciones en la piel, asma... y cuando cuento algunos de estos síntomas, mucha gente no me cree. Pero es completamente cierto y ya hace muchos años decidí vacunarme ante tal mal cuerpo primaveral.
Comencé vacunándome todos los días de lunes a viernes: después se espaciaron las inyecciones aunque no recuerdo muy bien la pauta (ya ha pasado mucho tiempo), y así acudí de forma regular y religiosa a mi Centro de Salud durante dos largos años que finalmente no sirvieron de nada. Mis agujereadas nalgas pasaron por muchas manos: había enfermeras mayores, con experiencia, y otras jóvenes con los estudios recién acabados que en algunos casos te hacían ver las estrellas con los pinchazos que te propinaban con sus manos temblorosas. Normalmente debía esperar bastante hasta ser atendido pues este tipo de consultas iban sin cita. Pero no era en vano ya que gracias estas largas esperas, pude devorar una gran cantidad de libros. Me quedaba tranquilamente sentado en aquella sala, y me aislaba en el silencio gracias a esas fotos de antes donde aparecían esas enfermeras con el dedo cruzado en sus labios provocadores, mientras las palabras pasaban ante mis ojos enrojecidos.
Hoy en día sigo siendo alérgico y como decía he ido a peor. Cada vez somos más, especialmente en las ciudades, debido a las reacciones provococadas por la contaminación. Y no sé a quién se le ocurrió la brillante idea de plantar árboles no autóctonos para prolongar nuestros estornudos en pleno invierno, época no muy sugerente para estas afecciones.
Al pasar por esas calles llenas de chopos, tienes que contener la respiración para que no se te cuele en tus narices ese polen que se amontona en las aceras y que parecen verdaderas nevadas caídas de los árboles y a pleno sol. Flota por el ambiente, se posa en el suelo y vuelve a remontar cuando pasa por su lado el camión de la mudanza o se levanta un poco el aire. Pero acaba de entrar la primavera y esto no deja de ser un presagio, una incipiente pesadilla de lo que ocurrirá dentro de unos pocos meses, cuando rogaremos a los cielos que se cubran de nubes y descarguen su agua concediéndonos una pequeña tregua. Pero qué le vamos a hacer señores, los fabricantes de pañuelos de papel también tienen derecho a comer aunque sea a costa de nuestros sensibilizados orificios nasales. Al menos no nací abeja; figúrense una abeja alérgica al polen...
Sin llegar a tus extremos yo también soy alérgico y tu artículo me ha recordado lo que me espera. ¡Por qué, Dios, por qué! En fin, muy bueno lo de la abeja.
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