18 marzo, 2011

Imagínense...

Fotografía del autor


El terremoto ocurrido hace pocos días en Japón con tsunami incluido, han sido devastadores. La fusión del núcleo de varias centrales nucleares amenaza con una tragedia parecida a la de Chernóbil. Pueblos y ciudades completamente arrasados presentan ahora imágenes de guerra, ya comparados en fotografías con la bomba atómica caída en Hiroshima y Nagasaki, por algunos periódicos que no sé qué buscan realmente, ¿sensacionalismo?, ¿ardores en nuestros estómagos? Como si estas imágenes terribles no hablasen por sí mismas. No hay cifras oficiales certeras de todas las víctimas, pero con tantos desaparecidos se teme lo peor aunque las estadísticas de sucesos similares, nos dicen que éstas no indican grandes magnitudes.

Pero no voy a hablar aquí de esta desgracia. Sólo quiero que se imaginen que esto nos sucediese a nosotros. Imagínense que de buenas a primeras, sin previo aviso, la tierra comienza a crujir bajo nuestros pies vomitando acto seguido una gran ola, interminable, que primero nos engulle para después estamparnos contra el supermercado del cual nos suministrábamos para subsistir o contra la tierra que antes nos acogía para ahora tragarnos prematuramente. Imagínense el caos de un lugar sembrado de los amasijos de unos edificios que antes fueron la envidia de muchos arquitectos, turistas y nativos. Caminar entre cadáveres, por encima de cadáveres que mordieron el lodo en un último hálito, que ahora cubre todo: las virtudes y miserias de todos nosotros.

No pretendo una lágrima fácil del que lea este artículo, pero allí, tan lejos, estas lágrimas que se multiplican y caen en una tierra que fue próspera, no buscan culpables como sí se hacen por algunos traspasando sus fronteras. No es más que una mala jugarreta de la naturaleza, una ironía a la usanza del antiguo teatro griego en el cual no quedaba ni el apuntador.

Imagínense el miedo que denotan los ojos de los supervivientes, que miran desde lo lejos cómo surca el cielo nipón ese humo que asciende desde las centrales nucleares. Imagínense que son nuestros ojos los que ven todo aquello, los que apuntan hacia un futuro incierto si se van a hacer puñetas estas centrales, cumpliendo los pronósticos de los especialistas en Protección Radiológica. Hoy en día en Chernóbil, aún es una temeridad vivir en el radio donde todo empezó. Si ocurriese tal augurio, ¿cuántos años habrán de pasar en Japón para poder olvidar?

Imagínense que como ellos tuviéramos que invertir verdaderas fortunas para reconstruir ciudades enteras. ¿Cómo quedaría nuestra ya maltrecha economía? ¿Cómo saldríamos de ese agujero sin fondo? Sí, tal vez sea mucho imaginar; el riesgo que podamos tener aquí puede ser mínimo, pero está visto que no dejamos de ser unas simples marionetas cuyos hilos son manejados al antojo de una naturaleza que en ocasiones se muestra perversa.

1 comentario:

  1. Prefiero no imaginar. Imaginar demasiado nos hace vulnerables. Acongojante (acojonante) tu visión.

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