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La parada de autobuses acoge más viajeros que por la mañana. Por los rostros de ellos intento adivinar (cosa no muy difícil) si también salen del trabajo como yo, entran, o van a algún lugar para disfrutar de este sábado luminoso. Yo iré a mi casa, aunque tal vez dé un paseo con mi familia antes de la comida. A estas horas también hay más circulación por lo cual la tardanza será mayor que a la ida. Después de nutrirme debidamente, sesteo convenientemente, pues esto de madrugar es malo para los párpados y la percepción de las cosas. Al despertarme una extraña pesadez psíquica y corporal me invade, dejando mucho que desear de mi psicomotricidad; pero me voy recuperando según van pasando los minutos.
Ya por la noche me tomo un par de cervezas bien frías. La televisión es extremadamente aburrida y aunque no le preste atención, el sonido de fondo llega a hastiarme. Entonces recuerdo cuando emitían buenas series como Doctor en Alaska, magníficos programas como La Clave de Balbín, en el que su aroma a pipa parecía traspasar las ondas hertzianas impregnado todo mi salón, o inolvidables concursos como el Un, Dos, Tres, aunque llegase a ser un tanto cargante en su tramo final. Antiguamente, cuando solo existían dos canales de televisión, el público esperaba ansioso a los espacios semanales. Hoy en día eso no sucede; el zapping se ha adueñado de nosotros tal vez debido a la falta de interés por lo que están echando en la multitud de canales (y claro está, por la incorporación del mando a distancia en nuestras vidas sedentarias). En definitiva, que si no hay nada mejor que hacer, prefiero observar al bicho alado que ahora mismo tengo sobrevolando mi cabeza, y que, seguramente, no tardará en quedarse plantado en la pantalla del televisor.
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