30 septiembre, 2010

De camino al trabajo

Fotografía del autor


Un sábado a primera hora de la mañana iba en el autobús camino del trabajo. Imagínense: completamente desierto. Una mujer estaba esperando en la parada con una pequeña maleta de ruedas. Al subirse en el vehículo, el conductor la miró de arriba abajo y le prohibió la entrada. Dijo algo así: "No se permite entrar con maletas". La mujer asombrada, respondió: "En otras ocasiones no me han puesto nigún problema. Como ve no abulta nada". "Señorita, otros no sé que harán, pero la normativa es la normativa y está hecha para cumplirla. Así que por favor, bájese del autobús". Y así fue como aquella hermosa mujer, descaminó lo andado y volvió a quedarse en tierra con el que debería ser el novio o marido, que ése debería ser el problema.

Estas son las pequeñas descortesías que nos rodean en nuestra sociedad. Si aquel hombre la hubiese dejado subir, nadie le hubiese dicho nada, ni siquiera lo hubiesen advertido y no habría quedado como un jamelgo ante toda la tripulación. Y es que cosas más raras he visto pasar: como violonchelos o violas (que admito no sé distinguir) y aquí paz y después gloria.



26 septiembre, 2010

LA AZOTEA

DEL LIBRO DE RELATOS "UNOS CUENTOS"



Fotografía del autor


Alfonso contempló el paisaje desde tan alto: los árboles que desde abajo parecían gigantes que alargaban sus corpulentos brazos para tocar el cielo, ahora se transformaban en enanos achaparrados, aplastados a la tierra, encogidos como si tuvieran un dolor de barriga. El conjunto de la ciudad parecía traspasar el horizonte; no supo muy bien dónde terminaba. El ladrido del perro llegó lejano a sus oídos; el bullicio de la mañana se transmutó en el canto de la chicharra. El humo de las escasas chimeneas en activo, acariciaba sus narices para seguir ascendiendo hasta perder su forma.

Y los hombres discutían como lo hacen siempre; los coches pitaban; los carteristas sustraían las carteras con sigilo; los ladrones amenazaban con navajas; éstas traspasaban la carne en mano de los asesinos; los violadores babeaban sobre sus asustadas víctimas; los empresarios despedían a los empleados sin piedad con un gesto severo, hiriente y ridículo como lo hacen siempre... Pero ahí arriba se respiraba calma. Aquello que podía advertir Alfonso lo hacía como Dios, impasible, como si no fuese con él. Respiró la calma. Y todo se sucedía así, normal, como cualquier día; pero visto desde arriba, desde mucho más arriba a lo que acostumbraba.

Cuando se arrojó al vacío reparó en el error que estaba cometiendo: mientras el viento azotaba todo su ser, todo aquello por lo que había decidido quitarse la vida se acercaba ahora con pavor cada vez más deprisa; más y más deprisa.

16 septiembre, 2010

Del poemario INTERCALACIONES

2

Los pelos se enredan
en los seis agujeritos del desagüe.
Me dan repelús.
¡Casi tengo que apartar la vista de ahí!
Cubro mis manos con guantes de Látex,
me armo de valor,
y consigo sacar uno larguísimo.
Salgo a la ventana.
Ato un extremo del pelo
en un gancho que agujerea la cornisa.
El otro extremo lo anudo a mi garganta,
no sin antes subirme el cuello de la camisa para evitar su contacto.
Aunque el pelo no resista
el asfalto es durísimo. Agur.



6

¡Qué hermosa fístula
asoma en tu carne!
Como una boca que escupe
babas deliciosas. El volcán provocativo
que consume mi neocórtex.



10

Las esquirlas de la noche rota,
hieren a las siluetas
de los edificios
apagados.
Sus antenas, que son extremidades de monstruos,
se esconden,
mientras otras se alargan
por el pavimento azulado
con el riesgo
de terminar
crujiendo bajo un zapato.
Los árboles, fieles a su morada,
custodian la negrura que
poco a poco
escapa entre sus hojas,
que verdean una mañana más.




15

Pues sí, un día
me aplastó un exceso de ilusión.
Cayó sobre mí
como una catedral arruinada.
La ilusión
se volvió en contra mía
y se autosepultó. Y a quedado maltrecha.
Pues sí, la luz
me huye. Acude con presteza la oscuridad.
Siempre aprovecha para robarme
un trocito de vida, que se traga
para convertirse en luz,
y ocurre como un puntito de luz
en el cosmos: perdido como el náufrago.
Pues sí, mi cerebro reptiliano
engulle al neocórtex,
y tiene la necesidad de seguir
devorando salvajemente
todo lo que encuentra en su camino:
la ilusión,
la oscuridad,
la luz... y a sí mismo
aunque muera de una indigestión.

10 septiembre, 2010

UNA MAÑANA MÁS

DEL LIBRO DE RELATOS "UNOS CUENTOS"

Al levantarse de la cama, Daniel tuvo hambre. Así que se preparó una buena taza de café con leche y arrasó con gran parte de la bollería industrial que guardaba en la despensa. Cuando terminó se encendió un cigarrillo que fumó a grandes bocanadas. Después espachurró en el cenicero la colilla que pasados unos minutos todavía seguía expeliendo un desagradable olor a quemado, hasta que se puso negra y terminó por apagarse. Se dirigió al servicio arrastrando por el pasillo las zapatillas con las suelas decoradas de la pelusa que iba recogiendo por toda la casa.
Cuando terminó de asearse, alguien llamó al timbre de la puerta. Daniel torció el gesto ante tal impedimento, porque si no espabilaba llegaría tarde al trabajo. Así que fue velozmente hacia la entrada con el pijama todavía puesto. Observó por la mirilla pero no pudo distinguir a nadie: quien fuese estaba demasiado cerca de la puerta.
–¿Quién es?
–Somos de las pompas fúnebres –respondió alguien al otro lado.
–¡De las pompas fúnebres! Se han equivocado, aquí no ha ocurrido ninguna desgracia.
–Ya empezamos... –pudo oír como un susurro–. Venimos a retirar el exitus de don Daniel Bravo.
–Pero ¿qué clase de tomadura de pelo es ésta? –dijo enfadado mientras abría la puerta–. ¡Por su culpa voy a llegar tarde al...!
Daniel tuvo que parar la reprimenda en seco al ver aquella pavorosa escena. No pudo contener un pequeño grito aspirado al ver a los miembros de la funeraria: dos esqueletos vestidos con unos trajes negros y unas corbatas del mismo color bien ceñidas a sus cervicales.
–Lo mejor será que no discutamos sobre este asunto aquí en las escaleras –propuso uno de los elegantes esqueletos.
Daniel seguía observando fijamente aquella escena, paralizado, creyendo que aún no había despertado completamente. Los esqueletos cargaron con el ataúd y se dispusieron a hacerlo entrar en el piso.
–Con su permiso –dijo uno de ellos–. No es muy apropiado dejar esto aquí afuera... Apártese un segundito no le vayamos a lastimar. Muchas gracias, muy amable.
Daniel tragó saliva, y en vez de salir corriendo decidió meterse en su casa y aclarar el asunto con aquellos señores que al fin y al cabo, pese a su aspecto, parecían de trato cortés. Así que cerró la puerta tras de él, produciendo un ruido sepulcral como el golpe de una losa.
–¿Qué... qué quieren de mí?
–Es usted el señor don Daniel Bravo, ¿cierto?
Daniel quedó unos segundos en silencio pensando si lo más adecuado era decir la verdad.
–Sí –dijo por fin.
–Pues entonces, como ya le dijimos anteriormente, no nos queda más remedio que llevárnoslo. Comprenda que ése es nuestro deber...
–¿Pe... pero no ven que estoy vivo?
–Por favor, caballero, no nos lo ponga más difícil. Entendemos que aún no asimile su desgracia, pero cuantas más trabas nos ponga más tarde acabaremos nuestro trabajo y más escabroso le resultará todo esto a usted. Intente comprendernos, caballero. Ahora no se preocupe lo más mínimo y quédese donde está que nosotros le trasladaremos hasta el ataúd.
Los dos esqueletos se acercaron a Daniel, despacio, como intentando no asustarle. Cada uno le agarró de un brazo mientras le daban palabras de aliento.
–¡Dé... déjenme en paz! Suéltenme les digo –dijo esto último quejumbroso, como un murmullo sin fuerzas.
–Usted no entiende... Déjenos hacer nuestro trabajo.
El timbre de la puerta hizo girar a los tres la cabeza que ahora sonaba como intentando hacer despertar a Daniel de aquella terrible pesadilla.
–¿Se da cuenta? –dijo uno de los miembros de la funeraria– nos van a llamar la atención por hacer tanto ruido. Ande, tranquilícese, ya voy yo a abrir la puerta.
Un hálito de esperanza se instaló en el gesto de Daniel al ver a su madre al otro lado de la puerta. El dedo descarnado del trabajador de las pompas fúnebres señaló a Daniel y la madre, llorando, fue corriendo hacia él hasta que por fin lo pudo abrazar.
–¡Ay, hijo, qué desgracia!
–¡Haz algo mamá! ¡Sácame de aquí!
–¡Qué desgracia! ¡Qué desgracia! He intentado venir lo antes posible cuando me he enterado. ¡Qué disgusto, Señor!
–Pero ¿qué diablos dices, mamá? ¿Tú tampoco te das cuenta de que estoy vivo? ¡Sácame... sácame de aquí!
–...mira que te lo advertía: hijo, no fumes tanto. Bebes demasiado. Tienes que cuidarte más, Daniel. Pero tú nada, como si no escuchases... Y las comidas tan fuertes que te metías para dentro, ¿qué me dices de eso? Pero tú dale que te dale...
Daniel quedó trastornado, pero sacando fuerzas de flaqueza, consiguió levantarse de la silla en donde había tomado asiento y salió corriendo hacia la puerta. Intentó girar el pomo pero éste no cedió. Uno de los esqueletos le mostró la llave. Ante aquella adversidad fue hacia una de las ventanas, pero en cuanto vio la altura recordó que vivía en un 5º. La fuga no era posible, estaba encerrado sin ningún tipo de esperanza. Apoyado en una pared se fue desmoronando lentamente hasta que terminó sentado en el suelo, sudando, recuperando poco a poco la respiración y con la mirada que tanto había cautivado a las mujeres, ahora perdida en la nada.
Los miembros de la funeraria avanzaron hacia él sin ningún tipo de prisas. Mientras uno le cogió por debajo de los brazos, el otro lo hizo por debajo de las rodillas. No sin poco esfuerzo, se lo llevaron hacia el ataúd con el continuo lloro de fondo de la madre que ahora se hacía notar más. Pusieron la tapa del ataúd y a Daniel se le hizo la oscuridad.
–No se preocupe, señora, en el tanatorio podrá volver a ver a su hijo si lo desea.
Cargaron con el ataúd y lo bajaron cuidadosamente por las escaleras procurando no tropezar. Al pasar por el portal, se apiñaban los vecinos con sus miradas curiosas que iban apartándose al paso de la comitiva. De cuando en cuando salía del interior de éste algún ruidillo que se apagaba entre las paredes de cinc. El portero volvió a dar el pésame a la madre mientras bajaba la vista.
Era aquélla una mañana cálida que prometía un buen día cuando introdujeron a Daniel en el coche fúnebre. El motor se puso en marcha; el destello de un intermitente hizo que algunos vecinos se metieran nuevamente en sus casas o se dispusieran a marcharse a sus trabajos, o a la compra, o a por la prensa. El coche ya no era más que uno de los muchos que circulaban por ahí esa hora punta.

05 septiembre, 2010

¡Otra vez!

Las vacaciones han acabado para la mayoría pero el calor continúa. Vuelven la monotonía, los atascos circulatorios, la gente que se te cuela en las tiendas, las caras grises de jefes, personal y clientes... y casi todos estamos envueltos en ese síndrome post-vacacional que antaño ni siquiera se mencionaba. Vuelven los rostros ojerosos, la vista lacerada al ver que aún queda un largo año para el próximo asueto. En unos días todo permanecerá muy atrás olvidando pronto el reciente descanso, que quedará incrustado en nuestro recuerdo como un reflejo o un sueño del que despertaremos para volver al mundo real que tan ajeno nos parece.

Como dijo Raymond Roger: "El trabajo cansa. Eso prueba que el hombre no está hecho para trabajar". Tampoco le faltaba razón a Victor Hugo: "El trabajo endulza la vida; pero no a todos les gustan los dulces".