Cuando escribí este poemario, residía en una isla -la cual me evitaré mencionar para no herir sentimientos- donde queda plasmado mi más absoluto malestar de los cuatro años insufribles de estancia. Ninguna persona que había ido a trabajar allí desde otros puntos de España, quedaba indiferente en aquel lugar. No existían las medias tintas: amor u odio, se acabó. Y lo mío era odio. Odio a un espacio tan reducido que me producía una fobia continua, odio a su viento inagotable, odio a su polvo...
Pero no me considero negativo. ¿Inconformista?, muy posiblemente. Cierto es que siempre me han obsesionado algunas cosas como son la muerte, el estancamiento o el ver pasar la vida sin haberla aprovechado. Pero al fin y al cabo ¿quién no tiene estos temores?
DEL LIBRO "APRETADOS ESTÁN LOS DIENTES"
Cada pisada mía
es como una pisada en la arena del desierto
aunque pise los duros adoquines de la calle,
aunque pise las chinas volcánicas
que pueblan los valles,
los campos,
las microciudades.
Camino circunstante
y ya no sé si seguir en la calle
o irme a mi microcasa. Todo me aburre tanto...
Pero ¿qué se puede hacer
con un único día libre a la semana
después de haber trabajado de diez
a doce horas diarias?:
limpiar la casa,
curiosear las tiendas del centro comercial,
dar paseos por las microciudades
o los pueblos que no son pueblos,
irte de marcha a garitos
llenos de guiris, propiedad de guiris, atendidos por guiris;
dormir...
Idem, pero en vez de una isla en La Mancha... tampoco diré la ciudad concreta para no ofender a nadie. Un placer!
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