29 abril, 2011

Parque de la Quinta de la Fuente del Berro

Fotografía del autor


Ubiquémonos: Madrid, parque de La Quinta de la Fuente del Berro, muy cerca de la Monumental Plaza de Toros de las Ventas. La M-30, ahora llamada Calle 30 por alguna circunstancia que desconozco (aunque sigue siendo igual de ruidosa), está pegada a este parque escenario de numerosas películas legendarias (unas más que otras) del cine español.

Tras unas obras concluidas hace muchos meses, retiraron unas pantallas que disipaban el sonido infernal de los vehículos. Nunca las volvieron a levantar y hoy por hoy no me explico el motivo. Estas pantallas no
representaban ningún peligro para los conductores, motoristas ni viandantes; tan solo cumplían su función, ahogar el rumor (sustituyámoslo por ruido) de los cientos, miles de coches, que transitan día y noche por la M-30 ahora denominada Calle 30.

Es habitual que baje a este parque y como todos los que así lo hacemos, es para desinhibirnos de la ciudad atronadora durante un breve lapso de tiempo. Nuestro propósito es únicamente escuchar el piar de los pájaros y si se tercia, las voces infantiles de los niños que se columpian alegremente sin más complicaciones. Pero ahora este objetivo no lo podemos llevar a cabo al irrumpir el ronroneo de los motores en nuestros castigados oídos.

Si al pasear por el parque nos fijamos en los edificios colindantes, podremos percibir el doble acristalamiento de éstos, ahora más necesarios que nunca para sus sufridos habitantes. Posiblemente la falta de presupuesto municipal haya llevado a la decisión de no volver a colocar estas pantallas aunque sigamos pagando nuestros impuestos de la misma forma, pero si cabe más engordados. ¿A dónde narices va a parar entonces este dinero? Las baldosas de las calles parece que seguirán levantadas hasta el final de los tiempos, los papeles, botes y colillas sin retirar, y mientras tanto los escupitajos entre los políticos pasan cerca de nosotros llegando a impactar en nuestros rostros. Robo o mala gestión, eso me trae sin cuidado.

Sin embargo sí hay dinero para talar unos cuantos árboles y crear caminos inútiles que nadie utiliza (ya que sería como escalar el Everest), en éste nuestro parque de La Quinta de la Fuente del Berro. O el construir un puente que comunica con La Elipa, a escasos metros de otro que lleva levantado hace muchos años y
curiosamente sirve para lo mismo: el pasar de un lado a otro dejando debajo a los coches que circulan por la M-30, hoy nombrada como Calle 30.

Las ciudades son más ruidosas según se encumbra el progreso, y es un lastre que no nos queda más remedio que llevar encima aunque intentemos sacudírnoslo como si tuviésemos pulgas. La pena es que habiendo unos métodos para esta insonorización acústica, no sea empleado cuando antes sí se hizo. Paciencia...

22 abril, 2011

Hablando sobre "Ética para náufragos" de José Antonio Marina. PARTE 3ª

Dibujo del autor


(...) Escribe después algo así como que creemos en la libertad pero ésta no existe, porque lo que aparece en nuestra consciencia es una falsificación de lo que realmente ocurre. Pero si acudimos al diccionario y miramos la palabra "libertad", leemos lo siguiente: "Facultad de vivir, de moverse y de actuar de forma autónoma, según la propia voluntad y la propia naturaleza, sin estar sometido a limitaciones y constricciones". Por lo cual, ¿entonces qué me importa que nuestra consciencia sea una falsificación de lo que realmente ocurre? ¿Qué me importa si en mi falsificación de la realidad yo soy plenamente libre? Porque si me lo creo, entonces realmente lo soy. Y si soy ignorante por creérmelo, ¿qué más da?, ¿por qué despertar y ver la deslumbrante luz de la realidad? Pues si dentro de mi mentira yo vivo, me muevo y actúo de manera autónoma, según mi propia voluntad y mi propia naturaleza, sin que esté sometido a limitaciones y constricciones, no lo dudo, soy "realmente" libre.
Es lógico que el hombre no se conforme con vivir y que quiera comprender su vida para darle un significado. Cosa que José Antonio Marina dice entender. Pero si él mismo se dedica a escribir libros de ética es que va en busca de algo o de muchas cosas y las que ya ha encontrado, intenta transmitírselas a sus lectores.

Si el hombre no intentase algo más que el vivir por vivir, no tendría inquietudes y por lo tanto no podría ser un ser racional. Porque si tenemos ese privilegio de razonar nos es imposible no utilizarlo, y, desde luego si yo pudiese elegir no utilizarlo, jamás lo haría, porque si no todavía estaríamos colgados de los árboles sin más propósito que el de la mera supervivencia.

Si hablamos de derechos, de deberes, de ética... hablamos de una civilización más o menos compleja, de seres inteligentes que gracias a tal cualidad podría mejorar para que fuese más perfecta en un futuro. Una evolución a mejor, gracias a no negarnos a pensar, donde la convivencia de la humanidad fuese plena.

Lean, lean "Ética para náufragos" y saquen sus propias conclusiones para salvarnos de este naufragio, y si no lo consiguen, agárrense fuerte al flotador salvavidas y esperen la llegada a la isla paradisíaca. Ahí, ahí está ¿no la ven?

17 abril, 2011

Hablando sobre "Ética para náufragos" de José Antonio Marina. PARTE 2ª

Fotografía del autor


(...) Casi todos los que no somos ricos deseamos serlo. Y esto desde luego no es posible: dejaría de haber poderosos; todos seríamos iguales y jamás nos dejarían subir para compartir su trono de oro y perlas incrustadas. No podremos ser tan ricos como los más ricos puesto que el que reparte se queda con la mejor parte. Desde luego sería lo ideal para el yo individual... Pero no sería viable ya que todos seríamos esclavos de todos y moriría la libertad que, aunque algunos carezcan de ella, otros disfrutan como en una isla paradisiaca.

No se trata pues, de llegar a una meta que no es posible. Es tan sencillo como empezar por tener ciertos derechos para poder vivir con una relativa seguridad. De tener unos derechos comunes a toda la sociedad. Pongo el ejemplo de que ansiemos el ser millonarios (otra vez vuelve el dichoso materialismo, pero en la superficie o en fondo todos lo deseamos). Por el simple motivo de quererlo no lo vamos a conseguir; el dinero nos lo tendremos que ganar, ya sea con el sudor de nuestra frente o con el de los demás, pero tendremos que mostrarnos activos en algún sentido y hacer el esfuerzo. Incluso para que seamos agraciados por la lotería, tendremos que molestarnos en comprarla y para eso, necesitaremos dinero que para poder conseguir habremos de haber trabajado previamente. Y recordemos que hay sociedades de las que es imposible salir de una determinada casta. Por lo tanto tienes ese sueño del que hablaba antes, de soñar con conseguirlo, de poder conseguir ese preciado derecho.

Además tengo todo el derecho del mundo a tener derechos. Los puedo exigir siempre que tenga deberes. Si no fuese así volveríamos a la Edad de Piedra; sin derechos ni deberes, lucharíamos en un mundo cruel por la supervivencia como las fieras. Es sólo un mutuo acuerdo entre un servidor de la sociedad y ésta, una correspondencia: "yo te ofrezco mis servicios y tú me defiendes". Vaya, ahora hemos entrado en el Medievo. Por suerte no es algo tan drástico.

Veo una contradicción clarísima respecto a algo que ya critiqué anteriormente, y ahora me da la razón de pleno. El autor en un principio dice que "tenemos que mantenernos a flote por nuestras propias fuerzas" (con lo que estoy de acuerdo hasta cierto punto). Ahora en cambio, habla de que el hombre necesita conocer la realidad y entenderse con los demás, para lo cual tiene que abandonar el seno cómodo y protector de las evidencias privadas, etc., con lo que anula lo dicho anteriormente, para afirmar la necesidad, que se quiera o no, tenemos los unos de los otros (...)

08 abril, 2011

Hablando sobre "Ética para náufragos" de José Antonio Marina. PARTE 1ª

Fotografía del autor


Este artículo no pretende ser una crítica del libro "Ética para náufragos" de José Antonio Marina. Utilizo sus ideas para formar las mías propias, no como parásito sino como buen lector. Es un libro escrito de forma exquisita, profundo a la par que entretenido y lleno de imágenes que nos cautivarán desde la primera hasta la última página. Animo a todos los que aún no lo han hecho que se sumerjan en su lectura y saquen sus propias conclusiones.; éstas que muestro aquí son las mías dividiéndolas en tres partes. Esperando que sean de su agrado o al menos de algún provecho, ahí va la primera de ellas.
 

En efecto tenemos que mantenernos a flote por nuestras propias fuerzas. Pero ocurre que a veces nos es imposible sin que alguien nos eche desde el buque (desde la seguridad) un bote salvavidas, porque ahí abajo se encuentra la tempestad del mar abierto. Entonces, ¿por qué no coger la mano de aquél que nos la tiende amistosamente? Puede ser que en algunas ocasiones no consigamos mantenernos a flote porque la tempestad es caótica o por que mostramos una gran debilidad. En cualquiera de los casos  si no nos prestan ayuda nos hundimos. Y de lo que se trata sencillamente es de salvarse. Y desde luego tenemos que sobreponernos, superarnos y aguantarnos por nuestros propios medios. Pero aunque lo neguemos algunas veces carecemos de fuerzas para que sin que nos presten ayuda, podamos sobrevivir.

José Antonio Marina apoya la idea de que el ser humano sabe controlar hasta cierto punto sus operaciones mentales. Pero hasta cierto punto pues como bien dice, la inteligencia provoca una sentimentalización de la vida afectiva. El instinto transfigurado por la inteligencia se convierte en sentimiento. Y esto es cierto porque de lo contrario seríamos máquinas: calculadores y fríos. No tendríamos sentimientos y careceríamos de impulsos con sus consecuentes fallos. Por lo tanto no seríamos humanos y aunque el serlos nos pueda costar más disgustos de los deseados, otras nos llena de satisfacciones, las cuales creo, sólo se consiguen siendo un ser inteligente y desde luego, poseyendo éstas más allá de las que se consigan por mera supervivencia.

Se argumenta en el libro que mucha gente ha soñado con ser el único poseedor de derechos en un mundo de esclavos. Pero se dice de una forma muy genérica como si todo ser humano persiguiese tal poder. Cierto es que muchos sueñan con eso y, desde luego, algunos lo han conseguido a lo largo de la historia. Son los tiranos, y, aunque parte de ellos no han acabado bien, otros han perpetuado su absoluto dominio hasta el final de sus días.

Pero no creo que el querer tener derechos sea sinónimo de tiranía. De ninguna de las maneras el tener derechos significa ir en detrimento de los demás. No se trata de tener tantos derechos que usurpes los del resto de la sociedad. No se trata de utilizar a ésta como a una marioneta para que estén servidas tus vanidades. Por el contrario se estipula que todos tengamos los mismos códigos. Y esto de cualquier forma que se mire, todavía no lo hemos conseguido y mirando adelante con cierto pesimismo, no creo que podamos en toda nuestra historia por larga que ésta sea (...)

01 abril, 2011

¡Que comience la función!

Fotografía del autor


Soy un entusiasta del teatro. Su magia me encandila desde el preámbulo donde escuchas charlar a los espectadores (llegando a los oídos en forma de un rumor que apacigua el alma), hasta que se apagan las luces de la sala y da comienzo la función. Intento prestar especial atención a este inicio, para después no divagar sobre cuestiones obvias.

La intimidad de los pequeños teatros; el gran espectáculo de los grandes; vista la obra desde la platea, gallinero o a pies del escenario: da igual, lo disfrutaré de la misma manera. Me transportaré a otras épocas y, o, situaciones. Por un momento revivirá su autor si ya está muerto. Luego el cartón piedra transmutará a materiales más reales y yo, aquí cómodamente sentado, curiosearé la intimidad de todos estos personajes con mis ojos indiscretos.

Especialmente enamorado del esperpento de Valle y del teatro del absurdo en el que desfilan figuras irrepetibles como Ionesco, Alfred Jarry, Samuel Beckett y en un ámbito algo más actual y cercano, el polémico pero genial Arrabal.


Pero silencio, estén atentos que ya se sube el telón. Miren la entrada en escena del actor principal. Comienza a hablar, qué voz más profunda. Sí, aparece como un espectro entre la oscuridad, alumbrado por ese foco que le persigue por todo el escenario hasta que éste también termina por iluminarse mostrando ante nosotros el decorado, suntuoso o sencillo, agradecido en colores o cargado de grises, con formas estilizadas u oníricamente irregulares. Ahora entra un secundario, declama maravillosamente, gesticula con su rostro duro y expresivo hasta ponerse a la altura del actor principal. Pero ¿quién es este desconocido que muestra unas tablas que debería tener dentro de veinte años? ¿Se dan cuenta que es realmente bueno? Por desgracia desaparece pronto y seguramente no coincidirá el que vuelva a verlo encima de un escenario. Como la vida misma no todos podemos ser protagonistas de un suceso. No dejamos de representar nuestra historia que a su vez se hace propia de los que nos rodean.

Ahora se oye la voz en off de un narrador como si se tratase de teatro radiofónico. Por un momento me despista y miro de un lado a otro a ver si aparece alguien por una esquina. Es un arte lleno de posibilidades. Volviendo a Valle como ejemplo, en sus obras hay momentos tremendamente complicados de llevar a escena, con unas barreras que parecen imposible de cruzar; sin embargo, gracias a otra mente creativa se consigue representar sin desvirtuar la idea del autor; todos, hasta el último tienen su función para que todo esto engrane como el mecanismo de un reloj. TELÓN.