11 marzo, 2011

Hoy toca peluquería


Fotografías de Enrique Darriba


Hoy he ido a la peluquería, a la de siempre, a ésa en donde ya hay cierta confianza y si dices que quieres el pelo corto te hacen caso y no tienes la necesidad de volver al poco tiempo y soltar otros trece euros.

Ha sido llegar y besar el santo. Normalmente, tengo delante de mí a unas cuantas personas que alargan la mano rauda y veloz para arrebatarme el periódico o revista más interesantes. Pero sí, ha sido llegar y acomodarme en el sillón para observar mi imagen durante unos minutos en el espejo que hay justo enfrente. Han empezado a rodar desde mis hombros los cabellos muy encanecidos; aún me considero joven, pero desde hace bastantes años que éstos han mudado su color para prestarme un aspecto de, posiblemente, falsa seriedad.

Esta es una peluquería de barrio, como las de antes, donde la gente habla de fútbol y de la mala gestión de un gobierno que no piensa en sus ciudadanos: que si la vida está imposible y el bolsillo no alcanza a final de mes, que si la vivienda está carísima aunque digan que pretenden incentivar el alquiler al cual tampoco se puede acceder, que si la crisis ya es insostenible y aquí va a ocurrir algo muy gordo... Son los comentarios del barrio que ahora se cuelan entre estas cuatro paredes que encierran olor a champú y laca.

La parte anterior de la cabeza y sienes a máquina, al dos, el resto a tijera y todo rematado con navaja, pero sin crear ningún tipo de desnivel; el flequillo que no quede recto, a tijeretazos, sin raya y un poco revuelto; las patillas ni tocarlas. Y aunque ya me estoy cansando un tanto de este "look", son muchos años así para cambiar ahora. Es raro que hable con el peluquero, principalmente, porque no sé qué decirle. Él rompe el hielo, justo tras interrumpir mi corte de pelo por una llamada que le han hecho, contándome después que está harto de que le ofrezcan publicidad por teléfono: "Siempre el beneficio es para nosotros, ellos no ganan nada. Ni que fuesen una O.N.G..."

Me pica la nariz de los pelillos que van cayendo y hago un movimiento con ésta como si fuera un ratón. Con la mirada le suplico que pase por mi cara esa especie de plumero, y cuando por fin lo hace desaparece por unos segundos ese cosquilleo desagradable. Termina el corte y con una pasada de espejo doy el visto bueno. Pago, me despido y salgo a la calle donde noto el aire frío que ahora llega a mi sesera. Ya estoy presentable y una ducha me espera para quitar todos los pelos que hay por todas las partes, especialmente por dentro de los oídos que quedan pegados a mi dedo cuando lo paso de forma nerviosa una y otra vez.

1 comentario:

  1. Recuerdo esas peluquerías de otro tiempo que tenían pintada la fachada, si mal no recuerdo, con franjas azules, blancas y rojas, creo...; tampoco sé si las siguen pintando así porque hace mucho que no me corto el pelo de forma oficial y ya no presto atención a este tipo de establecimientos. Pues tu artículo tiene pintadas esas franjas: son el tiempo pasado. Pero también nos muestra el presente y lo que nos queda por delante. Bonita metáfora. Muy bueno.

    ResponderEliminar