13 diciembre, 2010

El chupador de sangre

Del libro de relatos "UNOS CUENTOS"

Fotografía del autor

Yo señor, sé que no soy un vampiro. Es un deseo irrefrenable el ver a una mujer y tener que hincarle el diente en la yugular derecha o izquierda, que no tengo manías y beber el caliente líquido hasta que ésta deja de apretar mis brazos y la espicha. Entonces espero a que resucite sin ningún tipo de esperanzas: espero minutos, horas y nada. Una vez me tiré días de brazos cruzados ante el cadáver y tuve que levantar el vuelo porque el tufillo ya era considerable.
»Usted como psiquiatra comprenderá. Porque sé que no soy un vampiro ni estoy loco, pero llegado el momento la euforia me obnubila y sólo veo sangre y pierdo mi identidad sin saber quién ni qué soy. Pasados unos días comienzo a recuperarme siendo consciente que he hecho mal, que he sesgado la vida de una mujer preciosa. Pero comprenda, doctor, que no me gustan las feas y los hombres me dan un poco de asco. Qué le vamos a hacer, no lo puedo remediar. Para eso estoy aquí tumbado gastándome las pelas, intentando buscar su ayuda y comprensión.
»La verdad sea dicha, la primera vez fue desastrosa. Salí del cine de ver una de Drácula. Nunca hasta entonces había tenido la necesidad de emular al gran maestro pero hay algunas pelis que marcan. Me acerqué a una chica que había estado sentada a mi lado, y por cuestiones que no vienen a cuento explicar ahora, conseguí irme con ella a su casa. Tenía una copa en mi mano izquierda, con la otra tuve la habilidad de despojar a la chica de la parte superior de su ropa. La besé, lamí sus pechos erectos, subí por su hombro y ya a la altura del cuello abrí la boca casi hasta desencajarme la mandíbula clavando mis caninos con la mala suerte de toparme con una gran cadena con la que creí haber perdido los piños. Ella que apenas había sufrido un rasguño, saltó sobre mí y pegándome una gran somanta de palos consiguió echarme de su casa entre los más variopintos improperios.
»La segunda vez no se me presentó mejor. Ante el temor de encontrarme otra gran cadena, me fijé mejor en el hermoso cuello hallando una cadenita. Ataqué por la retaguardia. Cuando estaba a punto de apartarla descubrí que pendía de ella un pequeño y plateado crucifijo que me cegó por unos segundos. Grité y salí corriendo hacia la salida. Ya ve doctor, yo que no soy un verdadero vampiro huyendo como un poseso por un pequeño e insignificante crucifijo.
»Pero el tiempo me fue dotando de una experiencia con la que conseguí ser alguien en este delicado pero agradecido oficio de chupador de sangre. Y si tanto me gusta este oficio ¿por qué acudo a usted?, seguro que se lo estará preguntando. Pues bien, a esto le respondo que quiero dejarlo. Tengo miedo al presidio, al rechazo social, al ridículo. Desconozco si la policía me sigue los pasos pero sé que si continúo no tardaré en ser trincado. Por lo tanto espero de usted que guarde el secreto profesional igual de bien que guarda el virgo un niño de ocho años.
El psiquiatra se levantó de su asiento. Comenzó a andar de forma pausada de un lado a otro, pensativo. Sólo se escuchaban los pasos que resonaban por toda la estancia llena de diplomas. Carmelo lo observaba tumbado desde el diván: era un hombre extremadamente pálido, de ojos sanguíneos y penetrantes, alto y delgado pero corpulento.
Dentro de un rato habló por fin el psiquiatra verás el mundo de otra forma. No tendrás ese miedo que dices al ridículo ni al rechazo social. Permíteme que te sea sincero pero eres un completo desconocedor sobre la materia: ni tiene por qué ser una mujer bonita, ni debes hacer ascos a los hombres ya que no se trata de seducir si no… ¡de simple supervivencia! dijo esto último mientras se abalanzaba violentamente sobre Carmelo.
Un gran reguero de sangre oscura comenzó a manchar el diván. El psiquiatra soltó el cuello de su presa. Miró el reló de la sala y subió la persiana con cautela asegurándose que ya había anochecido. Abrió la ventana y dando un gran salto descendió tres pisos en busca de más comida.

* * *

Cuando Carmelo abrió los ojos tuvo una sensación extraña: algo así como que no era él. Al ver toda aquella sangre que era la suya no tuvo miedo como sería de esperar. Muy al contrario, le inundó un estado de serenidad del que jamás había gozado y supo en aquel justo momento que todos aquellos temores que dictaban el orden habitual de su vida quedaban ahora desvanecidos para siempre, transformados incluso, en algo de lo que sentirse orgulloso.

4 comentarios:

  1. Tu manera de escribir atrapa. Enhorabuena

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  2. Buscando un Blog interesante y atiné con éste. Gran revelación, mucha imaginación sin duda.

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  3. Gracias por seguirme, sé que tus comentarios serán enriquecedores.

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  4. Genial,un gran trabajo. De muy buen ritmo, de muy cuidada elaboración. Me gusta ese tono de Siglo de Oro dentro de una gran modernidad de lenguaje. Enhorabuena.

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