13 noviembre, 2010

600 kilómetros

Fotografía del autor


Esta vez las circunstancias me obligan a viajar de noche. Tras meter cuatro cosas en el maletero del coche y asegurar que todo está en perfectas condiciones, me pongo al volante, me amarro convenientemente el cinturón de seguridad y pongo en contacto el motor. Las luces de la ciudad me acompañan. Pronto cojo la carretera y al pasar la urbe, una oscuridad siniestra me persigue hasta el final del trayecto a Madrid unos 600 kilómetros después. Si esto no es suficiente, el virus de la gripe parece estar rompiendo las barreras de mi sistema inmunológico.

En cualquiera de los casos puedo asegurar que el viaje a Ronda a merecido la pena. He venido hasta aquí para recitar unos poemas que me han publicado y las luces y los aplausos y las dedicatorias y el estar todo el mundo pendiente de mí, me han sacado de la habitual monotonía de cada día.

Las curvas del descenso de Ronda cada vez son menos cerradas según pasan los kilómetros, pero vendrán otras mucho peores más adelante. Unas luces cegadoras que proceden de la parte de atrás, se reflejan en mi espejo interior y en los retrovisores teniendo que entornar los ojos. También llevan las largas algunos vehículos que vienen de frente; ¿para qué nos vamos a tomar la molestia de pensar en los demás? Mientras tanto, este virus traicionero va ganando la batalla: ya me ha parecido ver a la "chica de la curva" por dos ocasiones, y, aunque no tenga nada en contra suya, su aspecto desaliñado me echa un poco para atrás ofreciéndome cierta desconfianza. Y hablando de curvas, ahora, llegan las de Despeñaperros. La oscuridad es absoluta y esto está muy alto. Por el día el paisaje es espectacular, pero por la noche sólo puedes imaginártelo y es mejor no hacerlo.

Decido tomar un café en una estación de servicio a ver si me despejo un poco. La cafetería es inmensa y los únicos clientes somos mi hermano y yo. Espero que por el día esté algo más animado o no le auguro un futuro muy próspero a su dueño. Entro en el aseo y a pesar del frío que hace, me lavo la cara y la nuca. Al llegar a la barra un café humeante me está esperando. El cansancio hace que mi hermano y yo no nos terciemos ni una palabra. Regresamos al coche y, aunque no hay ganas para nada, un programa humorístico de radio nos espabila un poco sacándonos unas sonrisas y del estado catatónico en el que nos encontramos, pero sin distraerme de la carretera que esto es sumamente importante como predican las campañas de la "Dirección General de Tráfico".

No tarda en llegar una gran recta que no terminará prácticamente hasta llegar a Madrid. Esto es un inconveniente porque tal uniformidad, hace que una gran somnolencia acuda a borbotones como la caliente sangre a la boca de este vampiro hipnótico que es la noche; por lo cual, aunque me resulte incómodo, no viene mal que la carretera esté en obras para prestar más atención y entre otras cosas no llevarme por delante a algún obrero que está trabajando a horas tan intempestivas en medio de la nada, rodeado de verdes olivos, negro alquitrán y azuladas ojeras. Precisamemente uno de ellos me hace parar para cortar la carretera por un momento, teniendo que dar un frenazo porque su empresa no debe tener para renovar la ropa reflectante de sus empleados. Ahí me tiene unos cuantos minutos descansando cuerpo, mente y vista. Cuando me da paso y reanudo mi camino, el programa de radio llega a su fin regresando al anterior estado catatónico. Volvemos a enmudecer y advierto alguna cabezada furtiva de mi hermano.

Tras ver el letrero que da la bienvenida a la Comunidad de Madrid, se divisan las grandes hileras de luces que se adueñan de la ciudad. Llego a mi casa a las seis de la mañana y todavía es de noche. Aún puedo aprovechar unas cuantas horas de sueño pues a las tres de la tarde entro a trabajar siendo consciente que será una dura jornada. El pecho lo tengo completamente reventado por la tos, y parece que el extraño en mi organismo soy yo en vez del virus que de forma definitiva me tiene sentenciado. Me acurruco entre las mantas reencontrándome por fin con mi cama. Felices sueños.

2 comentarios:

  1. Al habla el hermano. Efectivamente, doy fe de la narración de David (muy bien contado, por cierto.)
    A pesar de los virus, coches y carreteras inhóspitas coincido con él en que mereció la pena, para David como ganador y para mí como orgulloso testigo.
    Felicidades por el premio.

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  2. En fin... ¿qué puedo contestar a esto? Tú plasmaste ese momento con las fotografías que cabalgan por la red. Mañana seguramente sea yo el que te acompañe a algún evento. Un beso para este pintor, escritor y fotógrafo que es mi hermano.

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